sábado, 17 de enero de 2009

Hospital del Issste




México, Guanajuato, Carretera panorámica, tramo Issste-pípila km 0., hospital del Issste , sala de urgencias. Llega una señor(it)a embarazada con intensos dolores. La recepcionista interrumpe el devore de sus pingüinos, los deja a un lado; luego, con voz aguda pseudo amable inquiere “trae su talón de pago”. La encinta mujer lentamente extrae el papel y se lo entrega. La recepcionista sin apurarle los dolores de la mujer con toda la calma da un sorbo a su escuert (squirt) y comienza a llenar una hoja. Cuando completa el talón levanta la cabeza para comenzar el interrogatorio.

-¿nombre? –baja la cabeza.
-Fulanita de Tal – el nombre de la madre ha sido omitido por privacidad.
-¿Edad?
-Tantos – contesta con el seño fruncido.
-¿Es su primer embarazo? – Con su tono agudo pseudo amable.
- El segundo – contesta la madre.
- ¿Cuánto tiempo lleva? 
- 4 meses y medio
4 semanas por cada mes. 4 meses. 2 semanas del medio mes. 4 por 4 más 2 = 16.La recepcionista anota “16 semanas” en la hoja después de los largos instantes que le lleva hacer sus erróneos cálculos. 
- ¿no son más bien 18 semanas? – pregunta el acompañante de la mamá viendo el error. 
- ¡Ay! sí, perdón – dice la recepcionista. Hace nuevamente sus lentas y complicadísimas sumas, asiente de nuevo, corrige. Tarda unos minutos más en llenar su hojita mientras expectantes la madre y su acompañante la miran preocupados. 
- Pásele a sentarse, ahorita los llaman – indica la secretaria.

Diez minutos se escurren en la espera. Veinte. Media hora. Nada. Sí llegaron al lugar adecuado, afuera decía urgencias. Suerte que la mujer puede esperar. Puede, pero no significa que sea agradable estar sentada en una dura banca de fibra de vidrio, en una sala con otros veinte pacientes, con basuritas en las esquinas, carteles con procedimientos burocráticos. Un dibujo a prismacolor de una mujer dando chichi, niños corriendo en la sala de espera, letreros restrictivos escritos a mano y con faltas de ortografía. La maldita doctora que no la nombra. La novela de televisa en una pantalla mal sintonizada. EL olor a cigarro que se cuela por la puerta donde los ambulancieros esperan una emergencia fumando. Cuarenta y cinco minutos. Hasta que la puerta se abre y por fin dicen su esperado nombre.  

Pasa a una habitación para la revisión donde por supuesto, no es la única en ser atendida. Por lo menos aunque está en unas manos muy ocupadas incluso saturadas, ya está en manos médicas ¿qué será de los que no solo tienen intenso dolor sino que su vida está en riesgo inminente? ¿A esos sí los mandan a quirófano inmediatamente? Y luego ¿qué pasa con los que, como esta mamá, les es urgente pero que pueden esperar? No cabe duda, es mucho lo que hace falta.

Mientras está siendo atendida, su acompañante espera en la misma sala. Veinte minutos. Hace una visita al baño. La chapa tiene un sistema anticierre que consiste en una venda que evita que el picaporte salga de la hoja de madera para trabarse en la ranura del muro. La luz no funciona. Luego prende, al parecer también se debe esperar para que la luz llegue al foco. El desagüe es un hoyo en el piso sin coladera; algún despistado podría mojar la punta de su huarache y pescar una infección de uña y como regar bacterias a su paso por los pasillos. El mingitorio acumula orines añejos, bendito Dios que no es necesario hacer contacto para que deje su depósito. Regresa a la sala. Cuarenta minutos. El sudoku de su celular ya no lo entretiene más. 

Sale a caminar. Realiza los cien pasos donde aguardan las ambulancias. Puede ver a la recepcionista. En las patas de la silla se acumulan películas plásticas protectoras de alimentos chatarras. Churrumáis, los pingüinos y el squirt, unas galletas emperador. Un plástico de unicel manchado de rojo, ojalá sea salsa y no grasa requemada. Por lo menos trabaja en la sala de urgencias. Una hora. Se empieza a preocupar, tal vez en realidad sea algo grave. Pide informes a la devoradora de chatarra. Sorprendentemente no es obesa.
 
- Puede preguntar por su pacientita en la puerta de allí atrás. 

Justo donde dice escrito a mano “Unicamente pasa el paciente ¿gracias?”. Así con signos de interrogación y todo. Desobedece al cartel y va a buscar a su pacientita. Llega a la sala de rehidratación. Pregunta por ella a dos enfermeras. Para no perder la ilación de su chisme, se limitan a apuntar un biombo corredizo con el dedo. Allí está. La futura madre con una sonda. Se percata de que es de tamaño normal, no hay necesidad de llamarla pacientita. Puede que tenga una infección. Deberá quedarse internada un tiempo.